Separar a las chicas de los chicos para coeducar

Posted by on 10/07/2018

A menudo se entiende la coeducación (educar juntxs a chicas y chicos sin reproducir jerarquías y relaciones de poder de género) como sinónimo de educación para la igualdad, pero no tiene porqué ser así. Es más, en Espora, en ocasiones separamos a chicas de chicos y trabajamos de forma distinta y temas distintos con cada grupo. Y lo hacemos con el objetivo de avanzar hacia la igualdad de género. ¿Parece un contrasentido? Puede ser, pero tiene una explicación.

Distinta socialización = distinto posicionamiento frente a la igualdad

En primer lugar, vivimos en una sociedad en la que las chicas y los chicos son socializados de forma diferente, por lo que sus comportamientos, su forma de ver el mundo y su percepción de sí mismas y de los demás es distinta. Cuando nosotras comenzamos a trabajar con ellos, en 1º de ESO, el peso de la socialización diferencial es más que patente y esto influye también, de forma determinante, en su posición de partida ante el tema de la igualdad entre mujeres y hombres o ante la violencia de género.

En su día dejé una breve reflexión en facebook sobre cuál es la actitud de entrada de chicos y chicas cuando entro en un aula a hablar de igualdad, aquí la podéis leer.

Las chicas se sienten inmediatamente interpeladas por el tema, han pensado mucho en él y muchas tienen un conocimiento importante al respecto, ya sea porque lo han oído en sus familias o porque se han interesado personalmente por investigarlo. El feminismo lleva mucho recorrido y sus efectos, afortunadamente, se van dejando notar.

Los chicos, en cambio, tienden a considerar que se va a tratar de un tema “de mujeres” en el que su único papel es ser “respetuosos” con sus compañeras (“a las mujeres hay que respetarlas porque también tienen derechos”). Es una frase que no deja de recordar al hombre blandengue del Fary que, aunque nos dé mucha risa, contiene un mensaje ampliamente compartido en la actualidad. El punto de partida entre los chicos es, habitualmente, muy superficial y casi siempre como un asunto externo a ellos (excepto entre los que han chocado con el patriarcado porque sus identidades no se acomodan en algún aspecto con la masculinidad hegemónica).

Una tarea frustrante e ineficaz

Así las cosas, iniciar un trabajo en torno a los estereotipos de género y el sistema que los sostiene pretendiendo llegar a una reflexión profunda al respecto (y con reflexión profunda me refiero a que llegue a calarles hasta la construcción de sus propias identidades) es como tratar de enseñar inglés al mismo tiempo a un grupo de personas que van, desde quienes son capaces de mantener una conversación básica hasta quienes no saben más que los números y los buenos días. No sólo exige un esfuerzo ímprobo por parte de la docente para ir adaptando los contenidos de forma que todo el grupo aprenda algo, sino que resulta ineficaz y frustrante para casi todo el mundo: para quienes saben bastante, porque se les queda corto; para quienes saben muy poquito, porque se aburren; y para la docente, porque, queriendo llegar a todo el mundo, al final no llega a nadie.

En estas situaciones se suele decir, en plan consuelo, eso de “bueno, mujer, no te agobies. Al menos lo oyeron. Algo les quedará”. Pero si volvemos al ejemplo del inglés, ¿no resultaría absurdo decir lo mismo? ¿Pensamos de verdad que escuchar una hora o dos de inglés al año (con suerte) servirá para algo porque “algo quedará”? La perspectiva de género y la igualdad, como el inglés, se aprenden practicando. Y cuánto más se practique, como casi todo, mejor se nos dará.

Por eso en Espora planteamos nuestra intervención con el alumnado como programas educativos que se integran en varias sesiones a lo largo del curso escolar, en formato itinerario, para acompañar al alumnado a medida que avanza en su crecimiento y en su aprendizaje, y con un enfoque práctico, para que la igualdad no se les quede sólo como un concepto teórico. Porque la teoría ya se la saben, pero cómo se manifiesta en la práctica, eso es otro cantar.

No se sienten libres para decir lo que realmente piensan

Otro aspecto a considerar es que, en un grupo mixto de adolescentes (y muy a menudo también de personas adultas), quienes participan no sienten la libertad de hablar de este tema igual que sí están en un grupo de su mismo género. Suele pasar que se sitúan como “equipos enfrentados” (ellos contra nosotras y viceversa) y se arma la marimorena.

Ante sus compañeros, las chicas reaccionan de dos formas: acusatoria (“es que vosotros sois esto y lo otro”) o tratando de agradar (negándolo todo o no atreviéndose a expresar su opinión por no ofender o por miedo a verse atacadas). Los chicos, por su parte, suelen sentirse atacados (“es que parece que los hombres siempre somos los malos”) o aprovechan para minimizar con burlas y chanzas el debate, interrumpiendo constantemente y boicoteando la actividad. En general, los chicos se ven en la necesidad de interpretar sus roles masculinos ante sus compañeras y, más concretamente, ante sus compañeros, puesto que las chicas funcionan como mera excusa para la afirmación de la masculinidad de los chicos entre sí. Es decir, que las dinámicas de género y de poder son muy fuertes y se exacerban más aún ante un tema como este.

 

¿Cuál es nuestra experiencia con esta situación? Que cuando separas y creas un grupo de iguales (en cuanto al género, no iguales en otros sentidos, pero sí con la misma posición de partida respecto al tema que se está tratando), la dinámica cambia por completo y los debates suelen ser mucho más productivos. Las chicas aprovechan por fin para hablar sin ser interrumpidas y para preguntar cosas que llevan tiempo cuestionándose. Los chicos empiezan a darle vueltas a la idea de que su “ser hombre” puede no ser tan libre ni tan apetecible como pensaban y a ver las dinámicas que fiscalizan y controlan su representación de su masculinidad.

 

En definitiva, que para poder trabajar las tres preguntas básicas con las que abordamos la introducción a la perspectiva de género en la práctica, resulta útil y necesario empezar por trabajar de forma separada las identidades de género.

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